viernes, octubre 03, 2008

El Retablo jovial de Alejandro Casona

Alejandro Casona, Retablo jovial. Cinco farsas en un acto
Bocetos y figurines de Gori Muñoz
Buenos Aires, Editor El Ateneo, 1949 (181 págs.)

Incluye: Dedicatoria / Nota preliminar (9-14) / Sancho Panza en la ínsula (Recapitulación escénica de páginas de “El Quijote”) (15-55) / Entremés del mancebo que casó con mujer brava (Según el “ejemplo” XXXV de “El Conde Lucanor”) (57-78) / Farsa del cornudo apaleado (Según la historia LXXVII del Decamerón) (79-121) / Fablilla del secreto bien guardado (Tradición popular) (123-152) / Farsa y justicia del Corregidor (Tradición popular) (152-178) / Índice (179-181).

Las aclaraciones sobre las fuentes recreadas que Alejandro Casona añade a los títulos de las piezas del Retablo jovial traducen algunos principios esenciales de la creación dramática del autor y, en concreto, sus directrices al frente del Teatro del Pueblo, esa “farándula ambulante” con la que recorrió cientos de aldeas españolas en los años de las Misiones Pedagógicas. Destinadas expresamente a estas representaciones aldeanas fueron concebidas las dos primeras obras –Sancho Panza en la ínsula y Entremés del mancebo que casó con mujer brava-, y a imitación de la estética y la ética de éstas escribió Casona las tres restantes, en los años cuarenta de su exilio bonaerense, cuando la melancolía y el sentimiento de pérdida de un proyecto extinto –pedagógico y republicano- comenzaban a herirle en demasía.

Esos presupuestos a los que nos referimos se gestan y consolidan en el autor entre 1931 y 1936 y cabe entenderlos en el marco del ideario krausista alentado por Manuel B. Cossío y Antonio Machado, quienes por cierto encabezan la dedicatoria del Retablo jovial. La primera directriz está condensada en un postulado de Juan de Mairena del que Casona se hace eco en su nota preliminar: “en nuestra literatura, todo lo que no es folklore es pedantería”. La segunda emana del compromiso que Cossío vinculó a la labor de las Misiones pedagógicas: devolver al pueblo lo que es del pueblo. Una y otra son las responsables de la manera de operar de Casona sobre sus fuentes a las que, no obstante, recrea de dos maneras particulares según se trate de textos “literariamente elaborados” o de “temas de la tradición anónima”.

Considerando que Sancho Panza, el Entremés del mancebo y la Farsa del cornudo le llegan con un perfil artístico avalado por nombres como Cervantes, Don Juan Manuel, Shakespeare o Boccaccio, Casona se limita a trasponer tales personajes y situaciones al código teatral valiéndose para ello, eso sí, del aparato escénico y gramatical de la dramaturgia breve del Siglo de Oro, a la que explícitamente reconoció en muchas ocasiones como la fragua del “verdadero” teatro popular. En la Fablilla y en la Farsa del Corregidor, por el contrario, el autor dice haber actuado de forma estrictamente personal y “con plena libertad” respecto a la tradición, de manera que en estos casos él se asigna la elaboración artística, asumiendo el papel de sus admirados Lope o Tirso y encargándose de pulir la joya roma que hereda del patrimonio común.

En cualquier caso, todas las piezas del Retablo jovial se sostienen sobre la conciencia de que su autor no clausura la cadena de la transmisión, sino que es un eslabón más de la misma, estratégicamente ubicado para que simplemente –ni más ni menos- el público despierte su memoria –alma dormida- y sienta materialmente como suyo lo que sólo intuitivamente conoce.

En ese trajín, Casona incorpora a temas, motivos y personajes tradicionales una impedimenta moderna asimilada en sus contactos con el renovado teatro español de las primeras décadas del siglo XX, el de esa íntima y urbana teatralidad que eclosiona en las vanguardias valleinclanescas o lorquianas. Como éstas, las escenas del Retablo jovial se desenvuelven en un ir y venir del primitivismo a la innovación más radical, deviniendo en una poética de farsa y pantomima, lírica y grotesca a la vez, compleja y desnuda a un tiempo, tan inteligible para la percepción aldeana como para la urbana, cumplidora, en fin, de ese sueño de las Misiones Pedagógicas de convertir en interlocutores el campo y la ciudad.






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